En los últimos días las redes
sociales han ardido a raíz de los carteles colocados en la Plaza
Roja (Plaza Baldomero Iglesias, pero la gente del pueblo es tozuda
cuando decide poner nombre a un lugar) en los que se prohíbe a los
niños y niñas jugar a la pelota, y se amenaza con sanciones. Es
normal que las redes ardan por una decisión absurda de políticos
completamente alejados de la realidad cotidiana de la gente, y que
sin embargo obedecen a unos intereses muy claros.
En realidad, este cartel (y las
sanciones aparejadas) sólo son un paso más en la privatización
total del espacio público. No nos llevemos a engaño: no se trata de
que el tripartito de gobierno no sepa lo que está haciendo. Tienen
muy claro los intereses que están defendiendo, y las sucesivas
ordenanzas de uso de espacios públicos y terrazas vienen a confirmar
esto: el espacio público ya no es para la gente, es para las
terrazas. La creciente invasión del espacio público por parte de
las terrazas de bares y cafeterías es algo que toda la ciudadanía
de Torrelavega puede ver con sólo dar un paseo por la ciudad.
Incluso la nueva ordenanza de terrazas permite a los hosteleros y
hosteleras ocupar incluso plazas de aparcamiento, tan escasas y
difíciles de encontrar.
Esta tendencia creciente de arrebatar
al pueblo todo lo público, todo lo que hemos construido entre todas
y todos, no es algo exclusivo de Torrelavega: es algo general. Cuando
el actual presidente de Argentina, Mauricio Macri, fue Jefe de
gobierno de la ciudad autónoma de Buenos Aires (cargo equivalente al
del alcalde), y llevó esa política neoliberal de privatizar el
espacio público a extremos aberrantes, arrebatando plazas públicas
a la gente de Buenos Aires y vallándolas para entregárselas a la
empresa privada (al margen el hecho de que el vallado costó casi un
millón de dólares, y eso sí que lo pagaron los bonaerenses).
El tripartito de gobierno de
Torrelavega aún no se ha atrevido a ir tan lejos como Macri, pero
están dando los primeros pasos. Pero son tan cutres que la
ciudadanía les ha pillado. La Plaza Roja es de la gente de
Torrelavega, que por supuesto puede tomarse tranquilamente una
cerveza en una terraza, pero los niños tienen derecho a jugar. El
bienestar de un cliente nunca se puede anteponer al derecho a jugar
de los niños.
Recuerdo en mi infancia, antes de la
implantación masiva de videoconsolas y ordenadores, que los niños
del barrio salíamos a jugar a la plaza, a la calle. La gente
entendía que éramos niños, que estábamos jugando, y que era
normal y estaba bien. Si hoy día cuesta despegar a las niñas y los
niños de las pantallas para que salgan a la calle a jugar, no es
lícito impedirles, precisamente, que jueguen. Los niños y las niñas
se relacionan socialmente en las plazas; por medio del juego conocen
a otros niños y niñas, desarrollan su empatía y sus habilidades
sociales, y aprenden a vivir en sociedad. Claro, si la sociedad en la
que queremos que aprendan a vivir los niños es una sociedad en la
que todo el espacio público está privatizado y en el que la
prohibición y las sanciones sean la norma, entonces la decisión del
tripartito es acertada. Pero yo no comparto esa idea de sociedad
orwelliana, y por lo que parece, la mayoría de la ciudadanía
torrelaveguense tampoco.