Hay un dicho muy popular, ilustrado en
numerosas historias con moraleja, que viene a decir que no se
aprecian realmente las cosas que se tienen hasta que se pierden. Es
entonces que sentimos un hueco, una ausencia donde antes no se sentía
nada: tan acostumbrados estábamos que habíamos dejado de notar la
presencia, y ahora notamos la ausencia.
Los servicios públicos y el llamado
estado del bienestar de los que disfrutamos (aunque cada vez menos,
por obra y gracia de las tijeras de Rajoy, dirigidas por la Troika)
son el resultado de un proceso histórico de luchas por parte de la
propia gente de este país, por medio de numerosas huelgas, protestas
y revueltas: aunque se repite insistentemente que fue el PSOE el que
trajo el estado del bienestar, o incluso aquella flagrante mentira de
“Franco inventó la seguridad social”, la realidad es que fueron
las luchas de la gente las que trajeron ese estado del bienestar.
Todas las conquistas, todos los derechos, desde la jornada de ocho
horas, las jubilaciones o las vacaciones hasta el sistema público de
salud o educación, absolutamente todos, son obra de la propia gente,
que decidió luchar por esos derechos y por ese estado del bienestar.
Sin embargo, en las últimas décadas,
tanto los servicios públicos como los derechos se han visto
mermados, desmembrados o directamente privatizados. La lógica del
mercado manda, y la idea de que toda empresa (incluyendo las empresas
públicas) deben dar rendimientos económicos se ha infiltrado
peligrosamente entre la clase política, no sólo en las fuerzas de
la derecha (como era de esperar), si no también en algunos partidos
nominalmente de izquierdas. Hemos llegado a un punto en el que el
PSOE ha asumido completamente la lógica neoliberal, aplicándola
incluso al sector público: privatización y externalización de
servicios, que nos dejan un registro de 64 empresas públicas
privatizadas durante los sucesivos gobiernos de Felipe González.
No es extraño, entonces, el
posicionamiento del PSOE en determinadas cuestiones: sólo son más y
más clavos en el ataúd que ellos mismos se fabricaron, un ataúd
hecho de incoherencia, enorme, como la distancia que separa lo que
dicen de lo que hacen.
Aquí en Torrelavega podemos ver varios
ejemplos de ello: en su año y medio de rodadura, el equipo de
gobierno nos ha dado varias muestras de que su intención es seguir
la línea general de privatizaciones y externalizaciones. ¿El
sistema de cobro del ferial de ganados? ¡Privatizado! ¿La gestión
de la ludoteca municipal? ¡Privada! Es llamativo, pero es sólo el
final del sendero que conduce a la privatización. Muchos servicios
llevan ya algún tiempo en manos privadas (limpieza de las
dependencias municipales, basuras, asistencia a domicilio...), y
otros van camino de ello, al no renovarse su plantilla y trabajar en
condiciones cada vez más paupérrimas. Luego vendrán diciendo que
hay que privatizar porque el servicio no es eficiente, pero es normal
que un servicio no sea eficiente si no se renueva la plantilla, si no
se invierte lo suficiente en mantener ese servicio en buenas
condiciones.
El más novedoso clavo que el equipo de
gobierno ha clavado en su propio ataúd ha sido el voto en contra
durante el último pleno a la moción presentada por los podemitas
del Besaya: en ella pedimos que se declaren como servicios básicos
esenciales todos aquellos servicios que debe prestar el ayuntamiento.
Esto permitiría esquivar la “ley Montoro” y contratar a las
personas necesarias para poder prestar servicios públicos y de
calidad: la plantilla del ayuntamiento se encuentra en un estado
precario, con unas ciento sesenta vacantes. Cada vez se ven más las
interinidades, los nombramientos por resolución de alcaldía, la
escasa reposición de vacantes y la nula voluntad política de cubrir
las ofertas de empleo público (más de treinta ofertas de empleo
público reservadas a promoción interna que siguen vacantes). Aquí
un sangrante ejemplo: el servicio de informática y
telecomunicaciones, que sólo cuenta con tres personas para llevar a
cabo toda la labor del área (es decir, todos los equipos
informáticos de la corporación municipal, entre otras cosas).
No se trata de una ocurrencia: diversos
ayuntamientos están utilizando esta forma de evitar la “ley
Montoro”, desde ayuntamientos gobernados por Podemos (Cádiz), IU
(Zamora) o incluso el PP (Los Llanos de Aridane). Ante esta
propuesta, el equipo de gobierno mostró no sólo una cobardía
infame, si no también su escasa voluntad política para tomar
medidas de gran calado, medidas absolutamente necesarias para sacar a
Torrelavega del terrible marasmo económico y laboral en el que se
encuentra.
Ya no pueden decir que no sabían cómo
hacerlo: es posible pasar por encima de la “ley Montoro” que
tanto denosta el PSOE, pero que siempre cita como muralla
infranqueable para aplicar políticas sociales. Hemos demostrado una
vez más que aquella consigna de los movimientos sociales responde a
una realidad tangible: “¡Sí se puede, pero no quieren!”
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