miércoles, 31 de agosto de 2016

SOY IGUAL DE CÁNTABRO QUE TÚ




Quienes hemos nacido o hemos vivido la mayor parte de nuestra vida en “la tierruca” conocemos la peculiar idiosincrasia de las gentes y de la propia tierra. Los rasgos culturales propios de cada uno de los pueblos adquieren un carácter marcado y acentuado en estos valles norteños que aún hoy no se encuentran bien comunicados con la meseta: en cierto sentido, Cantabria se parece al Valle Perdido, y como tal aún esconde una buena cantidad de atavismos.

Por supuesto, los rasgos culturales e identitarios de un pueblo no son fijos e inmutables, ni están grabados a fuego en el ADN de sus gentes: éstos se configuran a través de la propia historia de dicho pueblo, de las cambiantes relaciones entre las gentes que lo componen y de la relación de dicho pueblo con los demás. Y, por supuesto, están sujetos a interpretación tanto por parte de las personas dedicadas a la disciplina histórica como por las propias gentes que hacen y viven esa historia.

El hecho histórico primordial de esta tierra son las guerras cántabras, con la figura de Corocotta (quizá legendaria) como pináculo de la bravura, la tozudez y la resistencia al invasor: según cuentan los mitos, el caudillo cántabro se presentó ante Octavio Augusto para cobrar la recompensa por su cabeza: el Emperador, impresionado, perdonó al barbárico caudillo. Aquellas guerras cántabras con el Lábaro como estandarte quedaron grabadas en los anales, y en buena parte configuraron la historia y la cultura de este pueblo durante los dos milenios venideros.

Han pasado muchos siglos desde aquellas guerras cántabras, y Cantabria (al igual que la mayor parte de los pueblos del planeta Tierra) ha cambiado mucho. Ya no vivimos en cuevas ni en castros, ni nos vestimos con pieles sin curtir, ni arrojamos piedras a los romanos desde lo alto de las montañas. Además de los romanos, por aquí pasaron los visigodos, y las costumbres fueron cambiando. Pero ya tampoco hacemos iglesias de piedra ni vamos a moler el cereal al molino del señor. Las costumbres y tradiciones van cambiando con el tiempo. Hace tan sólo una o dos generaciones era común el uso de la boina para protegerse del frío, el sol y la lluvia; las albarcas eran el calzado habitual para la faena en la huerta, y los paseos por el monte eran un deber diario (pues el ganado no conoce días festivos ni vacaciones) y no un placer esporádico.

Por supuesto que un pueblo debe conocer su historia y sus tradiciones: el pueblo que olvida su historia está condenado a repetir los mismos errores. Sin embargo, no es sano para un pueblo vivir en un pasado idealizado. Las tradiciones y costumbres deben ser analizadas críticamente, pues no por ser tradición significa que sea bueno o deseable (tradición es el toreo, por ejemplo). No puede juzgarse el apego de la gente a su pueblo y su tierra simplemente porque sigue tradiciones vetustas: no podemos detener Cantabria en el tiempo.

Ser cántabro o cántabra no significa llevar boina ni albarcas, ni lucir el lábaro. Cántabra es la que ha nacido en Cantabria, o aquel que lleva tiempo viviendo aquí y ha tomado apego a esta tierra y sus gentes. Cántabro es el empresario adinerado del club náutico de Santander y la obrera en paro de Reinosa. Cántabra es Ana Patricia Botín y cántabro era el Popo. Nadie puede arrogarse la identidad de Cantabria (principalmente porque es muy amplia), y nadie puede juzgar la “cantabricidad” de otra persona (y, por supuesto, nadie debería gritar “¡Si no amas esta tierra, fuera de ella!”).

El lábaro es un símbolo de esta tierra, de eso no hay duda: dejando de lado las polémicas históricas, el lábaro es el símbolo de Cantabria porque así lo hemos querido las cántabras y los cántabros. Pero el lábaro no es Cantabria: el lábaro es sólo un símbolo, y tiene el poder que la gente quiera darle. Preocuparse por esta tierra es preocuparse por sus miles de parados, por todo el tejido industrial destruido, por toda la gente que ha tenido que emigrar a otros lugares del estado, o incluso a otros países, porque aquí ya no queda nada. Esa gente no va a ver solucionados sus problemas sólo porque en el ayuntamiento de Torrelavega se vayan a gastar 21.000€ en poner un lábaro en la rotonda de la Inmobiliaria.

Los símbolos están muy bien, ayudan a los pueblos a identificarse y pueden crear un sentimiento de comunidad. Conocer la historia y las tradiciones de tu tierra es necesario para saber de dónde venimos, pero no puede definir hacia dónde vamos: eso lo tendremos que decidir entre las cántabras y los cántabros. Pero no dejemos que los árboles nos impidan ver el bosque: Cantabria es su gente, toda su gente, no sus símbolos.

lunes, 29 de agosto de 2016

PERDÓNENOS, SEÑOR USSÍA




Hace pocos días la cofradía del hojaldre de Torrelavega ha nombrado cofrade de honor a un personaje controvertido y polémico: el mismísimo hijo del segundo Conde de los Gaitanes, Ildefonso María Ciriaco Cuadrato Ussía Muñoz-Seca. ¿Les suena?

Con ese nombre, está claro que no es una persona normal, de la calle. Y en la tradición de algunos dirigentes populares a todos los niveles (desde María Dolores de Cospedal a Ildefonso Calderón-Ciriza), adecúan su nombre a estos tiempos modernos en los que esos nombres y apellidos de tan rancio abolengo no están muy bien vistos. Estamos hablando del cómico y columnista Alfonso Ussía.

¿Por qué nos resulta relevante a los “podemitas” este nombramiento? La cofradía del hojaldre es una organización ajena a la ciudadanía azotada por la crisis y los recortes y a sus problemas diarios, y además su líder y “hojaldrador supremo” (el señor Marcano, viejo conocido de la ciudadanía torrelaveguense) es una persona que ha tenido que ser apartada por su propio partido como condición sine qua non para que Podemos apoyase la investidura de Revilla. Uno pensaría que Podemos no tiene nada que ver con la cofradía del hojaldre de Torrelavega, y tendría razón.

Sin embargo, el recientemente nombrado cofrade honorífico tiene la costumbre de desbarrar en los medios de comunicación, expresando opiniones que incluso durante la dictadura franquista hubiesen sido tachadas de reaccionarias. Y esta vez nos ha tocado a los de Podemos (y al artista Pablo Hásel). Ildefonso María Ciriaco Cuadrato nos llama zarrapastrosos entre borbotones de furia fascista, escupiendo su odio por aquellas personas que no comparten su idea del patriotismo y su exacerbado amor por la bandera que nos legó el franquismo. Incluso llama “hortera” a la bandera tricolor, la republicana.

Pues perdone usted, señor Ildefonso María Ciriaco Cuadrato, por no vestir a su gusto, y por no compartir su idea del patriotismo y su amor exacerbado por la llamada “rojigualda”. Perdona usted que no nos sintamos cómodos en un país con casi seis millones de parados, con 171.000 desahucios desde que comenzó la crisis, donde los y las jóvenes mejor preparadas tienen que emigrar porque aquí ya no queda ninguna oportunidad, ninguna esperanza. Discúlpenos por no sentirnos a gusto con el sistema que nos legó el franquismo, hijo del miedo que quedó impreso en las mismas almas de los que sufrieron la sangrienta dictadura y la represión. Discúlpenos por haber dicho ¡BASTA!, por habernos organizado para tratar de cambiar aquello que consideramos injusto.

Señor Ildefonso María Ciriaco Cuadrato, perdónenos. Perdónenos por ser la generación que toma las riendas de su destino y por fin decide el tipo de país en el que quiere vivir, por querer reducir su mundo reaccionario y caduco a escombros, por querer arrojar la desigualdad, la pobreza y la opresión al vertedero de la historia. Perdónenos, señor Ildefonso María Ciriaco Cuadrato, y hágalo con antelación, porque usted pasará a la historia junto con todo el régimen del 78. Tic, tac, tic, tac...