Quienes hemos nacido o hemos vivido la
mayor parte de nuestra vida en “la tierruca” conocemos la
peculiar idiosincrasia de las gentes y de la propia tierra. Los
rasgos culturales propios de cada uno de los pueblos adquieren un
carácter marcado y acentuado en estos valles norteños que aún hoy
no se encuentran bien comunicados con la meseta: en cierto sentido,
Cantabria se parece al Valle Perdido, y como tal aún esconde una
buena cantidad de atavismos.
Por supuesto, los rasgos culturales e
identitarios de un pueblo no son fijos e inmutables, ni están
grabados a fuego en el ADN de sus gentes: éstos se configuran a
través de la propia historia de dicho pueblo, de las cambiantes
relaciones entre las gentes que lo componen y de la relación de
dicho pueblo con los demás. Y, por supuesto, están sujetos a
interpretación tanto por parte de las personas dedicadas a la
disciplina histórica como por las propias gentes que hacen y viven
esa historia.
El hecho histórico primordial de esta
tierra son las guerras cántabras, con la figura de Corocotta (quizá
legendaria) como pináculo de la bravura, la tozudez y la resistencia
al invasor: según cuentan los mitos, el caudillo cántabro se
presentó ante Octavio Augusto para cobrar la recompensa por su
cabeza: el Emperador, impresionado, perdonó al barbárico caudillo.
Aquellas guerras cántabras con el Lábaro como estandarte quedaron
grabadas en los anales, y en buena parte configuraron la historia y
la cultura de este pueblo durante los dos milenios venideros.
Han pasado muchos siglos desde aquellas
guerras cántabras, y Cantabria (al igual que la mayor parte de los
pueblos del planeta Tierra) ha cambiado mucho. Ya no vivimos en
cuevas ni en castros, ni nos vestimos con pieles sin curtir, ni
arrojamos piedras a los romanos desde lo alto de las montañas.
Además de los romanos, por aquí pasaron los visigodos, y las
costumbres fueron cambiando. Pero ya tampoco hacemos iglesias de
piedra ni vamos a moler el cereal al molino del señor. Las
costumbres y tradiciones van cambiando con el tiempo. Hace tan sólo
una o dos generaciones era común el uso de la boina para protegerse
del frío, el sol y la lluvia; las albarcas eran el calzado habitual
para la faena en la huerta, y los paseos por el monte eran un deber
diario (pues el ganado no conoce días festivos ni vacaciones) y no
un placer esporádico.
Por supuesto que un pueblo debe conocer
su historia y sus tradiciones: el pueblo que olvida su historia está
condenado a repetir los mismos errores. Sin embargo, no es sano para
un pueblo vivir en un pasado idealizado. Las tradiciones y costumbres
deben ser analizadas críticamente, pues no por ser tradición
significa que sea bueno o deseable (tradición es el toreo, por
ejemplo). No puede juzgarse el apego de la gente a su pueblo y su
tierra simplemente porque sigue tradiciones vetustas: no podemos
detener Cantabria en el tiempo.
Ser cántabro o cántabra no significa
llevar boina ni albarcas, ni lucir el lábaro. Cántabra es la que ha
nacido en Cantabria, o aquel que lleva tiempo viviendo aquí y ha
tomado apego a esta tierra y sus gentes. Cántabro es el empresario
adinerado del club náutico de Santander y la obrera en paro de
Reinosa. Cántabra es Ana Patricia Botín y cántabro era el Popo.
Nadie puede arrogarse la identidad de Cantabria (principalmente
porque es muy amplia), y nadie puede juzgar la “cantabricidad” de
otra persona (y, por supuesto, nadie debería gritar “¡Si no
amas esta tierra, fuera de ella!”).
El lábaro es un símbolo de esta
tierra, de eso no hay duda: dejando de lado las polémicas
históricas, el lábaro es el símbolo de Cantabria porque así lo
hemos querido las cántabras y los cántabros. Pero el lábaro no es
Cantabria: el lábaro es sólo un símbolo, y tiene el poder que la
gente quiera darle. Preocuparse por esta tierra es preocuparse por
sus miles de parados, por todo el tejido industrial destruido, por
toda la gente que ha tenido que emigrar a otros lugares del estado, o
incluso a otros países, porque aquí ya no queda nada. Esa gente no
va a ver solucionados sus problemas sólo porque en el ayuntamiento
de Torrelavega se vayan a gastar 21.000€ en poner un lábaro en la
rotonda de la Inmobiliaria.
Los símbolos están muy bien, ayudan a
los pueblos a identificarse y pueden crear un sentimiento de
comunidad. Conocer la historia y las tradiciones de tu tierra es
necesario para saber de dónde venimos, pero no puede definir hacia
dónde vamos: eso lo tendremos que decidir entre las cántabras y los
cántabros. Pero no dejemos que los árboles nos impidan ver el
bosque: Cantabria es su gente, toda su gente, no sus símbolos.
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