domingo, 27 de noviembre de 2016

EL EQUIPO DE DESGOBIERNO




Ya llevamos un año y medio de legislatura, y poco a poco vamos viendo el color del pelaje de este equipo de gobierno municipal que tenemos en la capital del Besaya. Los dulces y atrayentes cantos de sirena que se escuchaban durante la campaña electoral van tornando en chillidos y graznidos con el paso del tiempo, como si aquella sirena se hubiese transfigurado en una bandada de gaviotas.

Tenemos en Torrelavega un equipo de gobierno que funciona a base de globos-sonda en la prensa. Casi todos los días nos encontramos con alguna foto en los diarios (escritos y digitales), acompañada de un titular que anuncia tal o cual medida: lamentablemente, la mayoría de esas medidas quedan en poco más que una declaración de intenciones. Si atendemos a los titulares, casi parece que Viadero es una especie de Ada Colau torrelaveguense: sin embargo, la realidad dentro del ayuntamiento es otra.

Desde sus nefastas políticas de personal (más de un centenar de vacantes en la RPT que no han sido cubiertas, y numerosos nombramientos “por resolución de alcaldía”) que están dejando la plantilla municipal en poco más que un esqueleto, apenas capaz de asumir todas las funciones que un ayuntamiento de este tamaño requiere; pasando por una cobardía infame al defender los intereses de la gente de Torrelavega frente a los aparatos de sus partidos y frente a las enormes empresas a las que se entregaron servicios públicos como la limpieza o las basuras; y hasta las privatizaciones encubiertas (algunas no tan encubiertas) de las empresas y servicios públicos que a nuestros mayores costó tanta lucha y esfuerzo conseguir.

Tomemos el ejemplo de la Agencia de Desarrollo Local (ADL): en una ciudad tan castigada por la crisis, el paro y los recortes, la ADL puede jugar un papel dinamizador fundamental, combatiendo el desempleo con todos los medios a su alcance y mejorando directamente la calidad de vida de la ciudadanía. Sin embargo la ADL sufre, al igual que muchas otras áreas de la corporación municipal, de falta de personal y de vacantes sin cubrir, lo que dificulta enormemente su labor, o incluso llega a imposibilitarla por completo.

Esta es la tónica en el ayuntamiento: los trabajadores y las trabajadoras que llevan a cabo la imprescindible labor diaria de mantener esta ciudad en marcha se enfrentan a falta de personal, falta de inversión, amenazas de privatizaciones y a la absoluta dejadez y desidia del equipo de gobierno. Mientras tanto, el equipo de gobierno se dedica a anunciar a bombo y platillo ideas a medio cocinar en la prensa (o, directamente, crudas). ¿Que tenemos un superávit de cuatro millones de euros? Lo mejor que se les ocurre es dárselo a los bancos, para amortizar deuda (la deuda de Torrelavega es baja, cercana al 20%). Pero poco después resulta que no se puede dragar la presa del Besaya (que abastece de agua a 80.000 personas, de Torrelavega y los municipios circundantes) porque no se dispone de 1,2 millones de euros para realizar el dragado (la presa lleva sin dragar desde que se hizo, en 1961). Una muestra más de que dos noticias se entienden mejor juntas.

¿Y la oposición? Al fin y al cabo, el equipo de gobierno PSOE-PRC está gobernando en minoría, y necesitan apoyo de otros grupos para llevar adelante sus medidas. De puertas para afuera, el equipo de gobierno es todo talante y predisposición al diálogo. Sin embargo, a la hora de la verdad, se presentan hechos consumados ya decididos por tres grupos políticos como si fuesen propuestas a debatir. El funcionamiento democrático de la corporación se ve constantemente bloqueado por los pseudo-socios del equipo de gobierno: aquellos que levantan el puño reivindicándose como “radicales”, pero que luego aprueban los presupuestos del PSOE-PRC.

Esto está perpetuando la espiral descendente en la que se halla nuestra ciudad: a la desindustrialización y el paro se le añade la ausencia de vida cultural, la agonía del pequeño comercio del centro (debido, fundamentalmente, al “monstruo” comercial de los Ochos), el derroche en obras innecesarias y la escasez del apoyo que el ayuntamiento muestra a la ciudadanía más castigada por la crisis, la austeridad y los recortes. Tenemos un equipo de gobierno que actúa dando bandazos, con la llamada “ley Montoro” como única guía y texto sagrado, y sin ningún tipo de plan o proyecto de ciudad.

Es necesario un proyecto que devuelva la ciudad a la gente, que potencie el comercio local y de cercanía en detrimento de las grandes superficies, que apueste por una economía de alto valor añadido, en la que la juventud no deba migrar en busca de trabajo; en resumen, una Torrelavega habitable para todos y todas. Y no se trata de un sueño imposible, ni una utopía: es de justicia, y es viable, pero hace falta coraje para defender Torrelavega y reclamar a las instituciones autonómicas y estatales lo que nos pertenece, hace falta un proyecto claro y voluntad política.

martes, 1 de noviembre de 2016

SÍ SE PUEDE, PERO NO QUIEREN




Hay un dicho muy popular, ilustrado en numerosas historias con moraleja, que viene a decir que no se aprecian realmente las cosas que se tienen hasta que se pierden. Es entonces que sentimos un hueco, una ausencia donde antes no se sentía nada: tan acostumbrados estábamos que habíamos dejado de notar la presencia, y ahora notamos la ausencia.

Los servicios públicos y el llamado estado del bienestar de los que disfrutamos (aunque cada vez menos, por obra y gracia de las tijeras de Rajoy, dirigidas por la Troika) son el resultado de un proceso histórico de luchas por parte de la propia gente de este país, por medio de numerosas huelgas, protestas y revueltas: aunque se repite insistentemente que fue el PSOE el que trajo el estado del bienestar, o incluso aquella flagrante mentira de “Franco inventó la seguridad social”, la realidad es que fueron las luchas de la gente las que trajeron ese estado del bienestar. Todas las conquistas, todos los derechos, desde la jornada de ocho horas, las jubilaciones o las vacaciones hasta el sistema público de salud o educación, absolutamente todos, son obra de la propia gente, que decidió luchar por esos derechos y por ese estado del bienestar.

Sin embargo, en las últimas décadas, tanto los servicios públicos como los derechos se han visto mermados, desmembrados o directamente privatizados. La lógica del mercado manda, y la idea de que toda empresa (incluyendo las empresas públicas) deben dar rendimientos económicos se ha infiltrado peligrosamente entre la clase política, no sólo en las fuerzas de la derecha (como era de esperar), si no también en algunos partidos nominalmente de izquierdas. Hemos llegado a un punto en el que el PSOE ha asumido completamente la lógica neoliberal, aplicándola incluso al sector público: privatización y externalización de servicios, que nos dejan un registro de 64 empresas públicas privatizadas durante los sucesivos gobiernos de Felipe González.

No es extraño, entonces, el posicionamiento del PSOE en determinadas cuestiones: sólo son más y más clavos en el ataúd que ellos mismos se fabricaron, un ataúd hecho de incoherencia, enorme, como la distancia que separa lo que dicen de lo que hacen.

Aquí en Torrelavega podemos ver varios ejemplos de ello: en su año y medio de rodadura, el equipo de gobierno nos ha dado varias muestras de que su intención es seguir la línea general de privatizaciones y externalizaciones. ¿El sistema de cobro del ferial de ganados? ¡Privatizado! ¿La gestión de la ludoteca municipal? ¡Privada! Es llamativo, pero es sólo el final del sendero que conduce a la privatización. Muchos servicios llevan ya algún tiempo en manos privadas (limpieza de las dependencias municipales, basuras, asistencia a domicilio...), y otros van camino de ello, al no renovarse su plantilla y trabajar en condiciones cada vez más paupérrimas. Luego vendrán diciendo que hay que privatizar porque el servicio no es eficiente, pero es normal que un servicio no sea eficiente si no se renueva la plantilla, si no se invierte lo suficiente en mantener ese servicio en buenas condiciones.

El más novedoso clavo que el equipo de gobierno ha clavado en su propio ataúd ha sido el voto en contra durante el último pleno a la moción presentada por los podemitas del Besaya: en ella pedimos que se declaren como servicios básicos esenciales todos aquellos servicios que debe prestar el ayuntamiento. Esto permitiría esquivar la “ley Montoro” y contratar a las personas necesarias para poder prestar servicios públicos y de calidad: la plantilla del ayuntamiento se encuentra en un estado precario, con unas ciento sesenta vacantes. Cada vez se ven más las interinidades, los nombramientos por resolución de alcaldía, la escasa reposición de vacantes y la nula voluntad política de cubrir las ofertas de empleo público (más de treinta ofertas de empleo público reservadas a promoción interna que siguen vacantes). Aquí un sangrante ejemplo: el servicio de informática y telecomunicaciones, que sólo cuenta con tres personas para llevar a cabo toda la labor del área (es decir, todos los equipos informáticos de la corporación municipal, entre otras cosas).

No se trata de una ocurrencia: diversos ayuntamientos están utilizando esta forma de evitar la “ley Montoro”, desde ayuntamientos gobernados por Podemos (Cádiz), IU (Zamora) o incluso el PP (Los Llanos de Aridane). Ante esta propuesta, el equipo de gobierno mostró no sólo una cobardía infame, si no también su escasa voluntad política para tomar medidas de gran calado, medidas absolutamente necesarias para sacar a Torrelavega del terrible marasmo económico y laboral en el que se encuentra.

Ya no pueden decir que no sabían cómo hacerlo: es posible pasar por encima de la “ley Montoro” que tanto denosta el PSOE, pero que siempre cita como muralla infranqueable para aplicar políticas sociales. Hemos demostrado una vez más que aquella consigna de los movimientos sociales responde a una realidad tangible: “¡Sí se puede, pero no quieren!”


lunes, 10 de octubre de 2016

CONTRA LA MALA GESTIÓN



Muchas veces escuchamos determinadas palabras o expresiones, en los medios de comunicación, que se acaban infiltrando en el vocabulario de la ciudadanía. En ocasiones, estas expresiones se utilizan para referirse a algo muy diferente del significado original de la palabra: todos y todas recordamos el “talante” de ZP, por poner un ejemplo.

Desde hace algún tiempo, hay una expresión repetida una y otra vez por la ciudadanía acerca de la labor de determinados cargos públicos: “mala gestión”. Supongo que el término se usa por analogía con la empresa privada, en la que la valoración de la gestión (buena o mala) se hace en función de las tasas de beneficio (ya pueda ser a corto, medio o largo plazo). Sin embargo, la gestión en una empresa pública es un concepto diferente: no depende de las tasas de beneficio que obtiene, si no del servicio que presta a la comunidad que la creó y que la sostiene.

Por ejemplo: imaginemos una empresa pública cuya gestión lleve a no cumplir adecuadamente con los objetivos para los que fue creada. Imaginemos que, además, se han cometido numerosas irregularidades durante esa gestión: puede que algunas sean legales, pero son éticamente censurables. Hablamos de mala gestión, claro. Pero ¿es por incompetencia de los gestores? ¿Es razonable asumir que, simplemente, “lo han hecho mal”?

Es muy poco probable que en esa hipotética empresa pública se hubiese colocado a un incompetente. Es mucho más probable que esa “mala gestión” para la ciudadanía, para la mayoría social, sea en realidad una muy buena gestión para determinadas élites financieras y políticas (sean del ámbito que sean), o incluso para los intereses personales de ese hipotético gestor.

Valga este hipotético ejemplo para ver que el concepto de gestión en una empresa pública tiene más que ver con los sectores de la sociedad beneficiados o perjudicados por esa gestión, y menos con un supuesto baremo objetivo que mida la efectividad de la gestión (¿Alguien ha visto alguna vez un gestionómetro?).

Lo que debiera ser una buena gestión es una gestión dirigida a mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la ciudadanía, que permita que el dinero que sale de los impuestos de todas y todos revierta en la ciudadanía y haga disminuir la desigualdad social. En definitiva, una transferencia de renta desde quienes más tienen hacia quienes menos tienen. Una mala gestión es, justamente, lo contrario: una gestión que empobrece a la mayoría de la población y beneficia sólo a la minoría en la cúspide de la pirámide. Por tanto, un modelo de gestión pública que entregue el dinero de los y las contribuyentes a empresas privadas sin exigir prácticamente ninguna contrapartida es un modelo de mala gestión.

En estos tiempos turbulentos en los que los partidos del régimen del 78 se aferran desesperadamente a las partes que les interesan de la constitución, conviene recordar un artículo de este texto que muchas veces se pasa por alto: el artículo 128.1: “Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general.”. Es muy revelador que se refiera al interés general así, en genérico. Sería razonable suponer que el interés general fuese el interés de la mayoría social, pero queda abierto a interpretaciones. De hecho, si se observan las decisiones de los sucesivos gobiernos que hemos tenido, parece que el interés general del país coincidiese siempre con el interés general del IBEX35. Con esa idea en mente claro que han realizado una magnífica gestión: en el IBEX están contentísimos, y no hay duda de que consideran a Mariano Rajoy y al PP como los mejores gestores posibles... para beneficiar sus propios intereses.

El problema es que los intereses del IBEX35 son completamente contrarios a los intereses de la mayoría social, de la ciudadanía que se levanta por las mañanas para ir al trabajo (o para buscar trabajo), que tiene que pagar sus facturas y alimentar a su prole. Mientras que la mayoría social prefiere salarios más altos, más derechos laborales y mejores servicios públicos, el IBEX35 prefiere justo lo contrario (lo cual aumenta sus beneficios). Y estamos viendo claramente los intereses de qué sector se están teniendo en cuenta, y los derechos de qué sector están siendo pisoteados y recortados.

En la comarca del Besaya tenemos un ejemplo muy bueno y de rabiosa actualidad: el controvertido proyecto (o, más bien, pelotazo) del PSIR de “las Excavadas”. Se trata de un proyecto de, aproximadamente, cuarenta y cinco millones de euros que pretende remover y hormigonar el terreno de las Excavadas y circundante, para construir un polígono industrial (parque científico-tecnológico lo llaman) por el cual ninguna empresa ha manifestado el más mínimo interés. Bueno, al menos por establecerse en el terreno: seguro que para la construcción del polígono hay muchas, muchas empresas interesadas. Entonces, ¿por qué el equipo de gobierno quiere gastar esos cuarenta y cinco millones en hormigonar si saben positivamente que no hay empresas interesadas en instalarse (o que, si las hay, ya tienen espacio de sobra en los polígonos existentes)? ¿Es que son acaso torpes e incompetentes?

No son torpes e incompetentes, desde luego (salvando algunas excepciones). Es un ejemplo clarísimo de que la gestión no es buena o mala: aunque el ejemplo del PSIR de las Excavadas sea una pésima gestión para los intereses de la mayor parte de la población de Torrelavega, es un ejemplo de magnífica gestión para las empresas constructoras que se dediquen a la descomunal obra.

Que esos cuarenta y cinco millones reviertan en la ciudadanía mediante la creación de empleo de alto valor añadido, la inversión en i+d+i y la revitalización del casco urbano y el comercio local (tal y como propuso el Secretario General de Podemos Cantabria, Julio Revuelta) es el ejemplo contrario: de llevarse a cabo, se tratará de un ejemplo de magnífica gestión para la mayoría de los y las torrelaveguenses, que tendrán empleos, verán resurgir la industria y reflorecer el comercio local: en definitiva, mejorará las condiciones de vida de la mayoría. Claro, que igual a las empresas constructoras no les parece tan buena gestión.

¿Mala gestión? Depende de para quién.

martes, 27 de septiembre de 2016

EL DESCRÉDITO DE LA POLÍTICA




Llevamos ya muchas décadas inmersos en el neoliberalismo, la ideología política y económica que aboga por privatizar todo lo público, permitir la libre circulación de mercancías y capitales entre las naciones (lo de la libre circulación de las personas ya es otro asunto...) y adelgazar hasta el mínimo imprescindible la estructura del estado. Tanto tiempo llevamos viviendo esto que la mayoría de la gente ya ha asumido que la realidad es así, y que siempre ha sido así. Pero resulta que eso es mentira: viene desde los años 70, aunque tuvo una versión anterior (el liberalismo) que provocó dos guerras mundiales y recesiones sin precedentes allá a principios del siglo pasado.

Las políticas neoliberales comenzaron a aplicarse en el Chile de Pinochet, o en la Argentina de Videla. Dio el salto con Margaret Thatcher y Ronald Reagan, y desde entonces se ha convertido en la ideología hegemónica. Apenas cincuenta años, y el neoliberalismo ha cambiado el mundo. Conquistas como la sanidad universal, la educación pública o los derechos laborales han sido dinamitadas en mayor o menor grado en casi todas las naciones del mundo. El omnipresente poder de los estados que todo el mundo asumía en la Europa de posguerra ha sido sustituido en la realidad y en las mentes de las personas por el omnipresente poder de las corporaciones transnacionales.

Una de las premisas básicas del neoliberalismo es quebrar el poder sindical: la auto-organización de los trabajadores y trabajadoras y el poder de la negociación colectiva eran completamente antagónicos al poder desmesurado que esta ideología quería dar a la empresa privada. Dejar a los trabajadores y las trabajadoras en un estado de indefensión frente a la patronal era indispensable para esta ideología. Y lo lograron, vaya si lo lograron. Margaret Thatcher aplastó a los sindicatos mineros en los años 80, lo que marcó el toque de difuntos del sindicalismo. Desde entonces en todas partes los sindicatos han sido sobornados y corrompidos por la patronal, forzados a aceptar las condiciones más vergonzosas para las trabajadoras y los trabajadores. El descrédito de las organizaciones sindicales (al menos de los sindicatos de masas) ha sido algo generalizado en las últimas décadas, hasta el punto de que ha bajado enormemente la afiliación. Esto se ha traducido en destrucción de derechos laborales, claudicaciones y muy pocas huelgas generales (el instrumento último de lucha sindical contra la patronal).

Estamos viviendo un proceso similar y paralelo con la llamada “clase política”, que aunque se deja sentir en casi todas partes del mundo, en el estado español es especialmente sangrante: la corrupción desenfrenada de nuestros y nuestras representantes públicos, en particular de los dos grandes partidos políticos que se han turnado en el poder desde la transición. No es algo nuevo, no se trata sólo de la Gurtel, Fernández Díaz y Bárcenas: recordemos a Luis Roldán, a Mariano Rubio, recordemos al “Señor X”. No se trata de manzanas podridas: el mismo sistema está pensado para permitir y favorecer esos comportamientos, y la ciudadanía ya ha asumido que las personas que entran en política lo hacen para lucrarse, que “eso es así” y que “todos (y todas) son iguales”.

Esa perniciosa idea se ha infiltrado en las mentes de la ciudadanía, y tiene un grave peligro: por definición, los representantes públicos son elegidos democráticamente por el pueblo para que lleven a cabo las políticas de sus programas. Pero se ha asumido que “ningún partido cumple nunca con los programas”. De modo que votamos rostros, votamos logos y votamos colores. Y hemos acabado despolitizados (y despolitizadas).

Ahora una nueva idea se está infiltrando en la opinión pública, con mucha fuerza: tiene que haber gobierno ya. No podemos esperar más. Pero esta idea pasa por alto muchas cosas: tiene que haber gobierno, pero ¿qué gobierno? ¿Qué políticas va a implementar ese gobierno? ¿Vale acaso cualquier gobierno para la ciudadanía? ¿Nos sirve un gobierno que siga aplicando las políticas neoliberales de privatización salvaje? ¿Nos sirve un gobierno que destruya derechos y libertades por medio de leyes-mordaza? ¿Nos sirve un gobierno que trocea los empleos (y los sueldos) para maquillar las cifras del paro?¿Nos sirve un gobierno que aplique un recorte brutal al estado del bienestar, como recomienda Bruselas? ¿De verdad la prioridad es que haya gobierno, el que sea?

Necesitamos un gobierno que no se arrodille ante la troika, el IBEX35 y las demás transnacionales, un gobierno que no asuma como inevitables los principios del neoliberalismo, y que haga política para la mayoría de la población, tan castigada por la crisis económica, la precariedad laboral, los recortes sociales y en general todo aquello que trae aparejado esa perniciosa ideología. Necesitamos un gobierno que nos inste a recuperar nuestros derechos y libertades, luchando en las instituciones, pero también en las calles. Lo que necesitamos, sin duda, es un cambio de modelo. Veremos quién apuesta por ese cambio, y quién quiere continuar con el mismo sistema.


lunes, 5 de septiembre de 2016

A TODO NOS ACOSTUMBRAMOS





Cuenta una vieja historia que un hombre ató a un potrillo a un poste de madera. El potro tiraba y tiraba, pero sólo lograba tensar la cuerda: no tenía la fuerza suficiente como para romper la cuerda o arrancar el poste. Lo intentaba una y otra vez, sin éxito, hasta que, frustrado y deprimido, el potrillo dejó de tirar. Pasó el tiempo, y el potrillo se convirtió en un caballo. Sus músculos eran mucho más fuertes que antes, pero había pasado tanto tiempo atado que ya ni siquiera intentaba tirar. El caballo asumió como una realidad inmutable que su existencia misma estaba vinculada al poste.

Algo parecido le ha pasado al PSOE: el último día de diciembre de 2013 fue atado a un poste por el PP con la última modificación a la ley reguladora de régimen local. Esta modificación convierte la creación de organismos públicos municipales en un laberinto burocrático, además de ir en contra del espíritu original de la ley, que favorece la gestión pública de los servicios municipales básicos; y en contraposición a la tremenda facilidad para externalizar y privatizar estos servicios, de tan básica necesidad para la ciudadanía.

A esto tenemos que añadir la ley de estabilidad presupuestaria (de 2013, también del PP), que prioriza el pago de la deuda. Todo esto contribuye a atar de pies y manos a las corporaciones locales: los ayuntamientos, las instituciones más cercanas a la ciudadanía, han quedado reducidos a meros gestores de un menguante patrimonio de bienes y servicios que va pasando poco a poco a manos privadas, a las empresas y corporaciones.

En el último pleno del ayuntamiento de Torrelavega (30 de agosto) observamos una vez más un claro ejemplo de esto: la ludoteca municipal irá a gestión privada. El equipo de gobierno asume que está atado al poste, que está constreñido por la ley reguladora de régimen local y la ley de estabilidad presupuestaria. El servicio que va a ofrecer la ludoteca es, claramente, esencial para buena parte de la ciudadanía: permitirá la conciliación de la vida laboral y familiar en estos tiempos de precariedad y contratos basura.


El debate debería centrarse en ese rasgo: la imperiosa necesidad de la ludoteca (y de la creación de muchos otros “empleos blancos”, tan necesarios en una ciudad con la población tan envejecida como Torrelavega). Ese es el argumento que nos dará la fuerza para romper la cuerda y escapar del poste. Pero para eso hace falta voluntad política. ¿Estarán dispuestos todos los grupos políticos que participan de la gestión municipal?

miércoles, 31 de agosto de 2016

SOY IGUAL DE CÁNTABRO QUE TÚ




Quienes hemos nacido o hemos vivido la mayor parte de nuestra vida en “la tierruca” conocemos la peculiar idiosincrasia de las gentes y de la propia tierra. Los rasgos culturales propios de cada uno de los pueblos adquieren un carácter marcado y acentuado en estos valles norteños que aún hoy no se encuentran bien comunicados con la meseta: en cierto sentido, Cantabria se parece al Valle Perdido, y como tal aún esconde una buena cantidad de atavismos.

Por supuesto, los rasgos culturales e identitarios de un pueblo no son fijos e inmutables, ni están grabados a fuego en el ADN de sus gentes: éstos se configuran a través de la propia historia de dicho pueblo, de las cambiantes relaciones entre las gentes que lo componen y de la relación de dicho pueblo con los demás. Y, por supuesto, están sujetos a interpretación tanto por parte de las personas dedicadas a la disciplina histórica como por las propias gentes que hacen y viven esa historia.

El hecho histórico primordial de esta tierra son las guerras cántabras, con la figura de Corocotta (quizá legendaria) como pináculo de la bravura, la tozudez y la resistencia al invasor: según cuentan los mitos, el caudillo cántabro se presentó ante Octavio Augusto para cobrar la recompensa por su cabeza: el Emperador, impresionado, perdonó al barbárico caudillo. Aquellas guerras cántabras con el Lábaro como estandarte quedaron grabadas en los anales, y en buena parte configuraron la historia y la cultura de este pueblo durante los dos milenios venideros.

Han pasado muchos siglos desde aquellas guerras cántabras, y Cantabria (al igual que la mayor parte de los pueblos del planeta Tierra) ha cambiado mucho. Ya no vivimos en cuevas ni en castros, ni nos vestimos con pieles sin curtir, ni arrojamos piedras a los romanos desde lo alto de las montañas. Además de los romanos, por aquí pasaron los visigodos, y las costumbres fueron cambiando. Pero ya tampoco hacemos iglesias de piedra ni vamos a moler el cereal al molino del señor. Las costumbres y tradiciones van cambiando con el tiempo. Hace tan sólo una o dos generaciones era común el uso de la boina para protegerse del frío, el sol y la lluvia; las albarcas eran el calzado habitual para la faena en la huerta, y los paseos por el monte eran un deber diario (pues el ganado no conoce días festivos ni vacaciones) y no un placer esporádico.

Por supuesto que un pueblo debe conocer su historia y sus tradiciones: el pueblo que olvida su historia está condenado a repetir los mismos errores. Sin embargo, no es sano para un pueblo vivir en un pasado idealizado. Las tradiciones y costumbres deben ser analizadas críticamente, pues no por ser tradición significa que sea bueno o deseable (tradición es el toreo, por ejemplo). No puede juzgarse el apego de la gente a su pueblo y su tierra simplemente porque sigue tradiciones vetustas: no podemos detener Cantabria en el tiempo.

Ser cántabro o cántabra no significa llevar boina ni albarcas, ni lucir el lábaro. Cántabra es la que ha nacido en Cantabria, o aquel que lleva tiempo viviendo aquí y ha tomado apego a esta tierra y sus gentes. Cántabro es el empresario adinerado del club náutico de Santander y la obrera en paro de Reinosa. Cántabra es Ana Patricia Botín y cántabro era el Popo. Nadie puede arrogarse la identidad de Cantabria (principalmente porque es muy amplia), y nadie puede juzgar la “cantabricidad” de otra persona (y, por supuesto, nadie debería gritar “¡Si no amas esta tierra, fuera de ella!”).

El lábaro es un símbolo de esta tierra, de eso no hay duda: dejando de lado las polémicas históricas, el lábaro es el símbolo de Cantabria porque así lo hemos querido las cántabras y los cántabros. Pero el lábaro no es Cantabria: el lábaro es sólo un símbolo, y tiene el poder que la gente quiera darle. Preocuparse por esta tierra es preocuparse por sus miles de parados, por todo el tejido industrial destruido, por toda la gente que ha tenido que emigrar a otros lugares del estado, o incluso a otros países, porque aquí ya no queda nada. Esa gente no va a ver solucionados sus problemas sólo porque en el ayuntamiento de Torrelavega se vayan a gastar 21.000€ en poner un lábaro en la rotonda de la Inmobiliaria.

Los símbolos están muy bien, ayudan a los pueblos a identificarse y pueden crear un sentimiento de comunidad. Conocer la historia y las tradiciones de tu tierra es necesario para saber de dónde venimos, pero no puede definir hacia dónde vamos: eso lo tendremos que decidir entre las cántabras y los cántabros. Pero no dejemos que los árboles nos impidan ver el bosque: Cantabria es su gente, toda su gente, no sus símbolos.

lunes, 29 de agosto de 2016

PERDÓNENOS, SEÑOR USSÍA




Hace pocos días la cofradía del hojaldre de Torrelavega ha nombrado cofrade de honor a un personaje controvertido y polémico: el mismísimo hijo del segundo Conde de los Gaitanes, Ildefonso María Ciriaco Cuadrato Ussía Muñoz-Seca. ¿Les suena?

Con ese nombre, está claro que no es una persona normal, de la calle. Y en la tradición de algunos dirigentes populares a todos los niveles (desde María Dolores de Cospedal a Ildefonso Calderón-Ciriza), adecúan su nombre a estos tiempos modernos en los que esos nombres y apellidos de tan rancio abolengo no están muy bien vistos. Estamos hablando del cómico y columnista Alfonso Ussía.

¿Por qué nos resulta relevante a los “podemitas” este nombramiento? La cofradía del hojaldre es una organización ajena a la ciudadanía azotada por la crisis y los recortes y a sus problemas diarios, y además su líder y “hojaldrador supremo” (el señor Marcano, viejo conocido de la ciudadanía torrelaveguense) es una persona que ha tenido que ser apartada por su propio partido como condición sine qua non para que Podemos apoyase la investidura de Revilla. Uno pensaría que Podemos no tiene nada que ver con la cofradía del hojaldre de Torrelavega, y tendría razón.

Sin embargo, el recientemente nombrado cofrade honorífico tiene la costumbre de desbarrar en los medios de comunicación, expresando opiniones que incluso durante la dictadura franquista hubiesen sido tachadas de reaccionarias. Y esta vez nos ha tocado a los de Podemos (y al artista Pablo Hásel). Ildefonso María Ciriaco Cuadrato nos llama zarrapastrosos entre borbotones de furia fascista, escupiendo su odio por aquellas personas que no comparten su idea del patriotismo y su exacerbado amor por la bandera que nos legó el franquismo. Incluso llama “hortera” a la bandera tricolor, la republicana.

Pues perdone usted, señor Ildefonso María Ciriaco Cuadrato, por no vestir a su gusto, y por no compartir su idea del patriotismo y su amor exacerbado por la llamada “rojigualda”. Perdona usted que no nos sintamos cómodos en un país con casi seis millones de parados, con 171.000 desahucios desde que comenzó la crisis, donde los y las jóvenes mejor preparadas tienen que emigrar porque aquí ya no queda ninguna oportunidad, ninguna esperanza. Discúlpenos por no sentirnos a gusto con el sistema que nos legó el franquismo, hijo del miedo que quedó impreso en las mismas almas de los que sufrieron la sangrienta dictadura y la represión. Discúlpenos por haber dicho ¡BASTA!, por habernos organizado para tratar de cambiar aquello que consideramos injusto.

Señor Ildefonso María Ciriaco Cuadrato, perdónenos. Perdónenos por ser la generación que toma las riendas de su destino y por fin decide el tipo de país en el que quiere vivir, por querer reducir su mundo reaccionario y caduco a escombros, por querer arrojar la desigualdad, la pobreza y la opresión al vertedero de la historia. Perdónenos, señor Ildefonso María Ciriaco Cuadrato, y hágalo con antelación, porque usted pasará a la historia junto con todo el régimen del 78. Tic, tac, tic, tac...